miércoles, mayo 16, 2007

La puta

“Hola bebe”. Una puta siempre saluda camino a la oficina. Un cuerpo aguado y sobreexplotado. Unos mofles escondido por su ropa negra. Unos senos destrozados por manos ajenas y unas piernas cansadas de las eternas esperas en la misma esquina. Su cara está descuartizada por el rubor, el rimel y el lápiz labial de payaso. Sus dientes son amarillos por los cigarros que ya no la hacen interesante. Los labios son flácidos por los miles de felatíos. Sus ojos reflejan una lujuria desgastada.
Una puta de recorrido extremo, tarifas bajas y de calles pestilentes. Ya no es una golfa por dinero y aún menos por placer. Es una costumbre, una forma de vida enmarcada en los desconocidos conocidos. Sus fieles clientes que pasan siempre a la misma hora, en el mismo instante, con las ganas de ser abrazados y con intensión de pagar por cariño.
Para ella ya dejo de ser un trabajo o un método de hacer dinero. Sino una insana realidad. Una sana vanidad de ser deseada. Un amor fingido que solo se da cuando es pagado. Un cariño profesado que además es abonado en una cuota al final del acto.
Una habitación oscura con un tono rojo erótico, otorgado por el único foco que cuelga del techo. Las luces del televisor cambian la tonalidad del cuarto. Una porno en la pantalla le da el ambiente sórdido al encuentro. Los gemidos resuenan en las descascaradas paredes antes de que haya sexo en la habitación. Un catre de hierro en medio domina la escena. Suena y resuena a penas lo tocas. Preciso para el sonido del sexo.
Las piernas abiertas, los brazos apretando. La oscuridad como cómplice de su fealdad. Los gemidos de película aún cuando ni siquiera es tocada. Los halagos de tu grandeza aunque no lo haya visto.
El dinero no importa. El sexo tampoco. El amor solo es un recuerdo. El cariño una retribución ajena a ella. Una conversación con voz cansada de gemir. Una mirada que quiere hablar. Esta vez las gotas no fueron semen sino llanto. “Gracias bebe por escuchar”. A veces llorar es mejor que el sexo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ya no recuerdo cómo era mi vida antes de que las chicas de la noche ocuparan el centro de mi existencia. Nunca comprendí por qué existían aquellos hombres extraños y de presunta mala vida que recurrían a sus servicios, a su falso y compartido cariño. Ahora, aunque me repudia haberme convertido en uno de ellos, sigo sin comprenderlo.
Todavía recuerdo aquella primera vez que Marisol, mientras intercambiaba conmigo algunas frases, denominó “trabajo” a su estancia en las calles. Tampoco olvidaré el sentimiento que me produjo oír sus palabras; ¿cómo podía ella considerarlo un trabajo? Con el paso del tiempo esto, al menos, sí lo he comprendido.
Durante mis largas noches caminando sin rumbo, intento asimilar el sentido de la vida, no sólo la mía, sino la de esas variopintas personas sin alma que han hecho suyas las calles, convirtiéndolas en una forma de existencia. Supongo que todas ellas, al igual que yo, son capaces de pensar acerca de por qué hacen lo que hacen... La respuesta es evidente. La vida no consiste en comprender, sino en sentir, y nunca ofrece oportunidad de elección. Quienes afirman que las oportunidades existen son sólo aquellos que han tenido la suerte de encontrarlas en su camino. En alguna película escuché: “la suerte favorece a la mente preparada”. Efectivamente, quien logra algo en la vida no lo hace por su mero esfuerzo, sino porque nació con esas dotes de poderse esforzar y, además, con ciertas cualidades innatas que permiten que su esfuerzo se vea recompensado. Es decir, quien nunca logró nada, no fracasó por no haberlo intentado, sino por ser incapaz de conseguirlo; la genética es así de cruel.
En cierto modo, me hace gracia que, personas como usted, intenten convertir en palabras algo que el lenguaje escrito es incapaz de transmitir.
Por lo que a mí respecta, me conformaría con no abandonar esta vida sin llegar a sentir que, al menos, una persona me quiso del mismo modo que yo quise a todas ellas.