martes, junio 07, 2011

El último adiós de Elías


Elías era 'Manino'para sus papás. El chiquillo orejón que quería ser sacerdote, pero prefirió ser el líder de la banda de música del 'Salesiano'. El travieso y contestón adolescente que tuvo que buscar colegio cuando fue expulsado del suyo por defender a un compañero.

Elías era 'Nino' para los amigos de Barrio. El jefe de la 'patota' de “compadres” de Salamanca. El dirigente de los 'Dragones' en los campeonatos de la canchita 'Olaya'. El bancario con alma de hippie que ponía las farras en las fiestas y matines.

Elías era 'Don Elias' en la oficina. El gran relacionista público que se codeó con ministros y presidentes. El bailarín de todas las fiestas que organizaba. El gran organizador de eventos, conciertos, inauguraciones y presentaciones. El 'Don' de la chamba.

Elías era Elías para mi mamá, cuando le llamaba la atención. 'Manino' cuando le pedía un favor y 'Nino' cuando lo amaba sin contemplación (¿Para qué el “Ma” si 'Nino' queda mejor, dijo Pilar en un nuevo bautismo) Para ella él siempre será el flaco que la encaró a bordo de la línea 61 rumbo al Centro de Lima. El que le daba los besos suaves y picantes, por su eterno bigote y barba (que yo no heredé). Él era el compañero. El amante. El paciente. Su vida. Su único amor.

Para mis primos era 'El Tío Nino'. El cómplice barbón que los acompañaba en sus secretos, en sus travesuras, en sus dudas. El tío que a veces fue padre y a veces amigo.

Para mi hermano y para mí Elías era simplemente “papi”. El super heroe que nos salvaba de las piscinas profundas. El super piloto que nos enseñó que es velocidad. El melómano que nos enseñó quien era Jhon Lennon, Erick Clapton y Mick Jagger. Nuestro querido viejo de gritos profundos, de chiste a flor de boca, de besos siempre en nuestra frente. El de los 'Cua - Cuas' tras la jornada de oficina. El de los carritos tras los largos viajes. Nuestro viejo, amado viejo.

Siempre habrá un Elías en cada uno de nosotros. En la boca pequeña y los lentes de mi hermano. En las orejas pegadas de Andrés. En mi frente amplia y mi nariz aguileña. En el corazón de mi mamá . En la memoria de todos nosotros y ustedes.

Adiós papá,

(Leído segundos antes del ultimo adiós que le dimos todos en la Iglesia en Villa)

"Padre, tu me dejaste, pero yo nunca te dejé " de la letra 'Mother' de Jhon Lennon.

lunes, abril 18, 2011

Solo baila a mi lado


Echado en este camastro viejo miro el techo descascarado, me tomo el corazón y busco su rostro. Sus ojos negros, su cabello negro, sus labios negros. Estaba enamorado. Por primer vez estaba enamorado. Ya tenía 30 años y recién descubría que era esa sensación, y sin embargo, no tenía la menor idea de como demostrarlo. Nunca en mi vida había hablado mas de cinco palabras seguidas con una mujer, que no fuera mi mamá, mis cuñadas o mis sobrinas.

Hasta este día mi vida había sido mi bicicleta, mis discos, mis amigos, mis viajes mis jeans, mis posters, mi equipo de música, mi vieja, mi viejo, mis hermanos, mis cigarros, mis tragos, mi locura, mi timidez, mis miedos. Mis malditos hijos de puta miedos de mierda. ¡Por Dios! Por qué vivo con tanto miedo. Le meto una pitada con fuerza al cigarro.

Mi día siempre eran iguales. Uno idéntico al otro. Como en el 'Día de la Marmota'.

7:00 am La voz de mi vieja: “Nanditooooo despiertaaaaaa”. Café pasado y pan con margarina y jamonada directo a la cama. El aroma del café y 'Pachuli' se mezclaban todas la mañanas. Jeans Levis gastados, polo de los Rolling, casaca de cuero y mis eternos lentes 'Rayban' dorados. Mi uniforme perpetuo.

8:00 am Bicicleta a gran velocidad. Las delgadas llantas esquivaban las piedras, mientras la 'Monark' negra recorría mi barrio, mi mundo y mi vida.

8:30 am Paradero 5 de la Carretera Central. Terminal 1: Tomaba el viejo bus de la compañía que me lleva a la fundición en Chosica. Nunca hablaba ni con el chofer y menos con el vecino de asiento. Solo la música en mi Walkman y yo, escondido tras mis lentes oscuros.

9:00 am La chicharra anunciaba el comienzo de día de trabajo. Un almacén oscuro con un foco de 50 watts era lo único que me ilumina. Las fichas, las guías y los archivadores me esperaban vetustos y oxidados cada día. Mick siempre susurra en mi oreja. “Simpathy for the devil”. Prefiería no conversar con nadie. Otra pitada y esta vez más profunda.

10:00 am a 6:00 pm La gente entraba y salía del almacén y nunca escuchaba lo que decían. Zig zags de personas sin nombre ni voz. La única voz que escuchaba era la de Mick Jagger con los roncos coros de Keith Richards. Una aspirada profunda, dura y seca del cigarro para sobrevivir.

7:00 pm Otra vez la bicicleta a gran velocidad. Directo al tanque, frente a la comisaría. Ahí estaban el 'Chino', 'Alejo', 'El Gordo' y Diez. Todos con los ojos reventados, las narices abiertas, los labios quemados y los oídos aturdidos. Momento del intercambio. Mi casette regrabado de croma del último de disco de Pink Floyd por un poco de valentía.

8:00 Un sueño profundo y amplio con los ojos abiertos. Los cinco echados en el césped mirando el fondo de ese tanque de agua sin agua. Los cigarros pasaban de mano en mano. Me quitaban el miedo. Con ellos si hablaba, cantaba, lloraba, pero solo lo que duraba mi vida con ellos. Luego regresaba el miedo. Entonces un poco de trago amargo y duro. Mucho mejor. Música, velocidad y mudes hasta llegar de nuevo a mi casa.

9:00 Comida caliente y siempre servida en la mesa. Mi vieja siempre jugaba solitario mientras mi papá se rompía la cabeza con el Geniograma gigante. “¿Que tal el día Nandito?” Bien, siempre bien. Devoraba la comida. La entrada, el segundo, el pan y pedía repetición. “Siempre con tanta hambre Nandito”. Nunca respondía. Corría a mi cuarto. Miraba a Mick en mi techo, a John en mi pared y el siempre enérgico Plant en mi closet. El Submarino Amarillo siempre me abría su puerta y yo me metía en el. Una pitada para relajarme y dormir.

Pero un día todo cambió. Ella apareció. Eran las 9:15 de la noche. Estaba con un uniforme plomo. Desafiando, seduciendo, interrumpiendo. Estaba atravesada en mi camino. No podía pasar. Ella estaba entre la vereda, la cerca de plantas y su casa. Puso su mano sobre el manubrio de mi bicicleta. Sus ojos negros me miraba fijamente. Sacó su cabello lacio de su cara, mojo sus labios rosados y me pidió un cigarro. Solo tenía uno. No sabía que decía, solo había música en mis oidos. Elton me soplaba a la oreja: “Y ahora ella está en mi, siempre conmigo, pequeña bailarina en mi mano”

Le ofrecí una pitada. Ella fumó conmigo. Sin miedo, sin ansias. Ella tomó mis audífonos. Ella también lo escucho y Elton me dio una mano. Ella bailó como una pequeña bailarina de ballet en un cofre de joyas. Hizo una reverencia y me sonrío. A partir de ese instante mi día tuvo una hora más:

9:15 Avanzaba con mi bicicleta a gran velocidad hasta pasar por su casa. Ella siempre se paraba en medio de la vereda. Sin preguntar se trepaba al estribo de mi bicicleta y yo partía raudo. Me quitaba los audífonos y se los ponía. Paul siempre hablaba por mi: “Toda la gente solitaria me rodeaba con su sonrisa. de dónde viene, toda la gente solitaria de dónde es”. Mientras viajábamos al Parque de las Brujas, ella rebuscaba en mi bolsillo delantero y sacaba una cajetilla. Música para nuestros oídos, cigarros para nuestros labios. Ella siempre me bailaba. Descalza de puntas me rodeaba con su sonrisa. Yo la amaba y no podía con esto.

Cómo decírselo sino hablaba. Como demostrarlo sino respiraba. Buscaba valentía envuelta. Valentía en dosis. Soy Dios, soy Superman, soy Dean, soy Jagger, soy John, Paul, Ringo y George a la vez. La bicicleta volaba sobre las cercas, mis pies eran diez, cien, mil. Cantaba en voz alta y manejaba sin manos. Era yo. Yo sin miedo. Frené con fuerza. Grité su nombre. ¡Angélica! Estaba listo para decírselo. Salió un viejo canoso por la venta. “Perro drogadicto vente con tu basura a otro lado o llamo a la policía. Fuera, fuera mierda”.

Nunca más pase por esa vereda. Nunca supe su apellido y ni siquiera su segundo nombre. Nunca la vi con otra ropa que no fuera su uniforme. Nunca le dije te quiero y menos te amo. Nunca la abrace. Nunca le tome la mano. Nunca más la vi. Siempre la soñé. Me fume la vida, me aspire las esperanzas, me trague el amor.

Nunca más se repitieron ni esos, ni los otros días. Me perdí en una pesadilla tan larga que solo desperté 25 años después tirado en la puerta de la Iglesia. Ahogado en mi vomito. Con los jeans rotos y una chompa apestosa. Mis labios ardiendo y mi nariz destrozada. El olor a kerosene se había apoderado de mi cuerpo. Regresé a mi casa. Ya no había un plato de comida. Mi vieja ya no estaba y tampoco mi papá. La casa tenía las paredes negras y de los muebles quedaba muy poco. Los posters raídos y los discos rotos. John ya no me acogía y Mick ni siquiera me consolaba. No había música en mis oídos. Solo mi cama.

En mi bolsillo solo había un cigarro duro y viejo y un par de fósforos. Lo prendí. Me quemó los labios. Este cigarro era dulce e indulgente. Me provocó un sueño extraño. Me dolió el corazón. Me eché y pensé en ella. Recordé cuando escuchaba mi música y bailaba para mi.

“Angie, aún te quiero. Acuérdate de todas aquellas noches que lloramos. Todos los sueños que abrazamos Parecen haberse esfumado. Déjame susurrarte al oído: "Angie, Angie ¿Adónde vamos desde aquí?" Mick cantó para nosotros. Tomé su mano y por fin le dije “te amo”. Luego cerré mis ojos y pude ser feliz. Un sueño dentro de otro sueño. Ya no quiero despertar. Me quedé dormido para siempre.

En memoria de “Pachito”.