miércoles, junio 27, 2007

No huyas más


Él estaba aferrado al timón y no quería soltarlo. Estaba aferrado a su pesadilla más terrible. Su cabello estaba mojado por ron y su rostro húmedo por sus lágrimas. Una pistola calibre 38 estaba tirada en el asiento del costado y las balas desperdigadas por todos lados. El solo lloraba como un niño. Pedía por su mamá. Sollozaba palabras indescifrables. Yo lo abrace.

Lo acurruque en mi hombro mientras intentaba sacar sus manos del volante. Eran piedra fría y dura y de repente solo arena tibia y fina. Temblaba y tiritaba. Me miraba y no me reconocía. Sus ojos recorría mis ojos y sus manos apretaban las mías. Luego, solo desconsuelo. Sus palabras chocaban en distintas direcciones. Sus dientes retumbaban en su boca.

¡Me querían matar! ¡Me querían matar! Me dispararon en la cabeza. Me rosearon de ron. Decían que iba a ser un suicido. ¡Dios!, me querían matar. Gritaba desconsolado, mientras buscaba refugio en mi corazón. Jugaron a la ruleta rusa, me disparaban una y otra ves y se reían. Y se ríen hasta ahora. Están cerca, aun están cerca. El auto estaba atravesado en medio de la calle. La gente se arremolinaba, las sirenas se alejaban y yo tomé el timón.

Lloró durante días. Lloraba y dormía. Dormía y sollozaba. ¡No quiero morir.¡ ¡No quiero morir¡ grita a veces aún cuando duerme. Yo lo escucho al otro lado del cuarto. Siempre paso mi mano por su pelo blanco. El se queda en silencio. Otras veces corre por la casa y yo lo detengo y abrazo. El huye, siempre huye. Yo solo lo cobijo con mis brazos mientras él llora.

A veces no puede caminar. Sus piernas son gelatina, sus brazos puré. Balbucea mi nombre para que lo recoja. Yo salgo sobresaltado de mi cama siempre. Siempre lo abrazo y lo cargo. Ya nadie te sigue. Ya nadie te mata. Ya nadie te acusa. Yo estoy aquí. Para levantarte, abrazarte y amarte.

El era tan alto que nunca pude verle la nuca. El era tan fuerte que me cargaba con un solo pie. El era tan serio que nunca me contaba un chiste. El era tan héroe que nunca nos contó su vida. El era tan triste que nos hizo felices. El era tan importante que siempre nos olvidaba. El era tan hombre que siempre nos amaba. Ahora yo lloro con él, vivo por él y moriré cuando él se vaya. No te vayas aún. Aún hay espacio en mis brazos.

miércoles, junio 20, 2007

Guía práctica de cómo suicidarse emocionalmente

¿Usted cree que está enamorado? ¿Cuando ella le habla usted observa cómo su cabello se desliza sobre sus hombros o cómo sus labios se despegan lentamente, o cómo sus pestañas siempre dicen que no? Señor tengo que advertirle que está usted obsesionado, fascinado y empecinado por esa mujer.

Tengo que advertirle que los caminos no son fáciles a partir de ahora. Ella ya sabe que usted huele su aroma a vainilla cuando la abraza. Ya se dio cuenta que siempre aprovecha para tocarle levemente la mano cuando le invita un cigarro. Ya se percató que usted nunca ve ninguna película sino que la espía durante las dos horas.

Para esa mujer usted es un amigo seguro, un confidente entrañable, un compañero de celos, un seguro de confianza. Usted es quien siempre la mira a los ojos. Quien la busca en las fiestas. Quien siempre está para contestarle el teléfono. Quien nunca le negará una cita. A quien nunca amará.

En esta parte de este sendero hacia el dolor, usted puede tener una mínima oportunidad de lograr el éxito. Tiene que ser arriesgado y perseverante. Usted debe desaparecer de su messenger. No debe responder ninguna de sus llamadas al celular. No debe ir a saludarla cuando se la encuentra en un bar. No debe buscar más esas coincidencias premeditadas. Y si el destino lo acompaña y la encuentra en medio de una turba de pretendientes, debe levantar una ceja, saludarla y alejarse. Cuente hasta mil, cierre sus ojos, recele a algún santo y espere que ella corra tras usted.

Es todo un riesgo, lo sé. Es la sin razón de alejarse de quien más quiere. Es elegir el camino contrario que lo llevara al destino esperado. Una ruta en círculo, en donde tendrá que caminar de espaldas y en sentido contrario.

Yo le ayudaré a suicidarse ante ella. Ha lanzarse un disparo en la cien y salpicar todo su amor.

Ya no le envié flores, es muy tarde. Ya no le haga un CD con todas las canciones que la recuerdan. Escriba todo lo que sienta por ella. Deje salir esa arteria literaria que lleva dentro y repita la frase “me gustas por” en cada una de las oraciones. Vaya de lo mundano a lo inspirador. No se olvide de los detalles tiernos y también de los dolorosos. Después no se le ocurra mandárselo por mail. Guárdelo en su lap top.

Esperara con paciencia su llamada. Tendrá que ser un francotirador esperando al presidente. Ella necesitará contarle cual es su última conquista. Y usted, como siempre, será los oídos para sus relatos. Una vez que haya sido torturado con su íntima historia, solo mírela y sonría. Luego llévela a su casa. Maneje lento pero seguro. Ponga en el equipo del auto la canción “The Blower’s Daugther” de Damian Rice (de la película Closer). Una buena canción para un mortal momento.

Cuando este a punto de salir de su auto, deténgala. No deje que se vaya. Dígale la famosa frase “tengo algo que decirte”. Ella esperará lo peor. La bendita declaración que siempre quiso evitar. Usted deslice lentamente el arma que guardo al costado del asiento y cuando ella se percate apúntese en la cabeza y dispare. Saque la lap top. Abra aquella verdad escrita con sangre y sinceridad y enséñesela. Ella lo leerá. Le tocará el rostro y dirá. “No se que decir”. Luego dirá que no quiere perder su amistad y huirá tan rápido como el decoro le permite.

Después de eso usted sentirá un alivio interminable. Se acabo, por fin se acabo.

domingo, junio 17, 2007

Sin ánimo de amar

Ya no vuelvo, no regreso, no retorno. No hay media vuelta, no hay salida de emergencia. Solo un túnel sin luz al final. Solo corro sin pensar quien me persigue. Corro sin saber cual es la meta. Corro como un ladrón y no como un corredor.

Es una huida y no una carrera. No hay festejos al lado del camino, pero si muertos al costado del sendero. Sin aliento, sin descanso, sin pensar. Transito hasta desfallecer en una maratón suicida. Esperando que los pulmones revienten, que el aire se acabe, que las piernas se quiebren, que los brazos no se batan. Busco tropezarme aunque siempre salto. Busco caer aunque siempre me levanto.

Mis manos arañadas son el testimonio de mis tropiezos, mis rodillas raspadas las pruebas de mi torpeza. Las cicatrices en mi cabeza el reflejo de mi estupidez.

No tengo compañía. Corro solo por propia decisión. El arrepentimiento me ha llevado a desviar mi rumbo. A veces fue una dolorosa cuesta arriba y otras una hermosa bajada.

Tú fuiste mi camino. Una ruta con destino. Un resplandor en las penumbras. La única parada. El aliento en mi garganta. El último latido en mí usado corazón.

No hay arrepentimientos en mi nuevo camino. Ni dolor en la tristeza, solo resignación.

miércoles, junio 13, 2007

Solamente solo


El silencio me ahoga. No hay más sonido que esa vibración casi imperceptible e impertinente que causa el silencio. Hay una penumbra tan clara que casi puedo ver mis pies. Comienzo a gritar para llenar ese vacío. Empiezo a dar pequeños alaridos para acompañar la oscuridad.

De mi cama al baño hay siete pasos. De mi cama a la cocina son 12 pasos. La ventana siempre deja traslucir la luz de la luna contra la pata derecha de la silla. Y la humedad que se deja traslucir del baño crece dos centímetros por día. La grieta del techo a veces parece un cristo barbado y cuando inclinas la cabeza un elefante con alas.

Estuve solo. De verdad solo. No es que quería estar solo sino es que estuve naturalmente aislado. Estuve en un lugar donde todos eran desconocidos. Donde ningún rostro sonreía. Era la exageración de mi permanente intención de soledad. Caminaba contando mis pasos, enumerando los tamborileos del rock que escuchaba con mi ipod, sacando la cuenta de cuantas rayas no pise en la ruta a mi casa.

A veces no hablaba por días. En realidad sí hablaba. Conversaba conmigo mismo y a veces no me soportaba. Los perros y gatos eran los mediadores de mis discusiones. Los cigarros la apariencia de compañía. Los lentes oscuros el protector de mi timidez.

Ahora estoy en un país de amigos. Levanto la cabeza y alguien me la quiere sacar. Abro mis brazos y recibo abrazos. Suelto una sonrisa y provoco carcajadas. El silencio fue ocupado por el ronquido de mi papa y la oscuridad fue reemplazada por el reflejo del televisor que nunca se apaga.

Tanta compañía y todavía abrazo mi almohada y le susurro a mi pared. Tanto bullicio y aún sigo solo escuchando mi voz. Cuantas sonrisas y todavía sigo llorando. Cuantos besos y aún tengo los labios secos.

domingo, junio 10, 2007

Sin novia

Sabía que nunca lograría tener novia. Era un palillo de dientes. Delgado y largo muy largo. Pálido color madera pulida. Y una nariz puntiaguda y filuda. A mis 15 años había logrado alcanzar el metro ochenta pero lamentablemente mi peso se estancó en los 60 kilos. Huesos, huesos nada más que huesos unidos con muy poca piel.

Sentía que en mi rostro todo era grande menos mi cara. Una frente para jugar frontón. Unas orejas con unos pallares que parecían aretes. Unos dientes delanteros de roedor que decidieron sobresalir sobre mi boca sin labios. Y finalmente, mí ya comentada y aguileña nariz. Deje de ser un gringuito adorable, para ser un torpe blancón.

Siempre andaba a en la búsqueda de una protagonista de mis sueños. Maria José, una delgada y fina niña, fue la elegida. Tímida y de voz débil y aguda era la refinación hecha adolescente. Ella me odiaba. Me tenía repulsión. Cada vez que me acercaba a ella fruncía la nariz como si yo despidiera un hedor a perdedor. Ella sesgaba sus finas cejas ante cada intento mío de acercamiento.

Nunca le hable. Nunca la escuche dirigirme la palabra. Nunca ni siquiera la toque. Durante cuatro años la hice la actriz principal de la película de mi adolescente vida. Siempre soñaba que tras una casualidad inmensa terminábamos estudiando juntos y descubría en mí a ese curioso niño, de dilucidaciones inteligentes y cuestionamientos impertinentes. Tras cuatro años solo logré que me odiara más y más. A los 15 años entendí que nunca tendría novia.

La posibilidad casi cósmica de que me enamorara de una niña y que ella se enamorara de mi era tan difícil como que yo lograra un gol maradoniano en las rudas canchas de cemento de mi colegio. Cómo sería posible que mi obsesión por una chica pudiera ser correspondida con la misma obcecación. Que esta protagonista de mis cursis sueños saliera de la pantalla, me despertara y decidiera que yo fuera el descubridor de su extramundo. El manipulador de sus creaciones. Imposible. Era imposible. Nunca podría encontrar a esa mujer.

No estaba mal ser un solitario. Estudiaría hasta lograr un doctorado. Leería libros para ser un profesor enterado. Iría al cine tanto que lograría ser un director autodidacta. Tomaría tanta cerveza, ron y vodka que sería un barman consumado. Un “Pichulita” Cuellar pero con pene. Un Chinaski con destino. Un David Banner sin alterego furioso. No estaba tan mal ser un lobo solitario.

En los siguientes quince años, besé, tiré, quise, amé, odié, boté, despedí y extrañé a esa protagonista de mis indescifrables poemas. Poemas leídos por miles de fantasmas que habitaban mi habitación. Un cuarto oscuro y sombrío que encontró una ventana. Y después de amar, desear, llorar, lamentar, anhelar y adorar sé que nunca más tendré una novia.

jueves, junio 07, 2007

¿Cuanto sexo has tenido hasta ahora?


3 novias de verdad, otras 2 de mentira, 67 agarres y 20 amantes. Un record nada despreciable para alguien que dio su primer beso a los 18. Tengo 30 años de vida y más de 18 pensando solo en mujeres.

¿Cuantas veces abrace con los ojos cerrados?, ¿Cuántas veces bese con los ojos abiertos? Esa cuenta no la llevo. Pero recuerdo la última vez que quise que solo unos segundos fueran una letanía y que esas eternas horas acostado fueran solo un instante.

Dos momentos: El primero, espiando una tienda en medio de una ciudad nueva. Como un videoclip cursi o una película romántica estaba mirando a través del escaparate. Para ambientar el momento, escuchaba One de U2 en mi Ipod. Un cigarro en la boca, las manos temblorosas en los bolsillos y unos lentes oscuros para ocultar mis miedos. Esto ya lo había vivido viendo Los Años Maravillosos. Ella no era una mujer de cartón piedra.

Otro instante. En la cama de mi solitario cuarto abrazando un cuerpo caliente, ajeno y desconocidamente conocido. No hay palancas para que un agujero negro se abra en la cama y se lleve a mi compañía. No soy un prestidigitador para hacer desaparecer a mi novia del instante. No soy un hijo de puta para inventar una reunión de trabajo a las 5 de la mañana. La televisión pasa un capítulo de Friends y yo no quiero más sexo repetido.

Ella me mira con incredulidad, voltea para asegurarse de lo que ve. Se detiene a pensar un instante y se pierde en lo que le dice un cliente. Levanta sus ojos, sonríe sin mirarme y esquiva todos los obstáculos. Una góndola de ropa, un espejo gigante, una señora y su hija. Yo no termino de sacarme los lentes oscuros para mostrar mis miedos y ella salta sobre mí. La abrace sin abrir los ojos. Ella me entrelazo con sus brazos durante un minuto. No me quería dejar ir. Yo no me quería irme nunca más. Cambio las 2 horas de sexo por ese abrazo de 60 segundos.