miércoles, setiembre 08, 2010

La máquina del olvido




















¿Cómo se que he olvidado? Me preguntó. Yo, un especialista del olvido, un profesional de la memoria borrada, me sonreí. Lo miré a los ojos. Sus ojos húmedos y desolados. Lo vas a saber. Sin duda lo sabrás. Y lo sabrás porque ni siquiera te lo preguntarás. Él no fue feliz con mi respuesta. Una respuesta evasiva ante su realidad.

Y sin embargo, me apiadé de él. Lo tomé de la cabeza y le dije al oído. Te lo diré. Hay un consultorio, que no solo existe en las leyendas urbanas y los guiones de las películas. Un consultorio en donde te borran los recuerdos. Te dejan un espacio en blanco en la mente. Es una cauterización con lacer. Una sonda que entra por tu nariz y rastrea las evocaciones. Un pinchazo y se acabó. Solo una marca cerebral y nada más. No más llantos, ni anhelos ni esperanzas. Una lobotomía que incita la negación.

El me miró perplejo, pero tras titubear me pidió la dirección. Yo lo tomé del hombro y lo hice caminar conmigo. ¿Seguro? No hay vuelta atrás. El asintió con la cabeza. Entendí que quería olvidar con desesperación. Para olvidar tienes que, al menos, dejar de pensar en ella, le dije. Tienes que seguir una difícil dieta de recuerdos. La imagen de ella esta inflamada en tu cerebro y solo cuando ella sea un devaneo podrás cauterizarla en tu cerebro.

El afirmó con la cabeza, como estando dispuesto a todo. La dieta es estricta. Necesitas sacar todas las cosas de ella de tu casa, de tu vida. Cartas, fotos, ropa. Adiós masturbaciones con ella y ni siquiera se te ocurra los bailes imaginarios. No más conversaciones ficticias y aún menos remembranzas de ocurrencias que nunca ocurrieron pero querías que ocurran. Luego, y solo luego de eso, puedes ir al consultorio. De ahí, la intervención detendrá los influjos cerebrales de ella sobre tus pensamientos. Cada vez que quiera recordarla solo sangrará un poco tu nariz.

¿Tu lo hiciste? Me preguntó. No, no fue necesario. La dieta lo hizo todo. Arme una gran fogata y quemé todo de ella. Su perfume, sus apariciones, sus sueños, sus texturas, sus suspiros, sus ruidos, sus palabras. Todo. Al final no quedó nada más que mi vida. Mi vida sin ella. Mi vida sola. Su rostro se volvió un borrón y su voz solo una bruma. Los lugares donde fuimos se volvieron vulgares y las cosas que hicimos solo fatuos instantes sin el mayor simbolismo.

¿Y cuando te hablan de ella qué sientes? Nada o casi nada. Todo se trasforma en recuerdos sin olvido. Como un dejavú, como algo que viviste en algún momento. Como una inquietud casi imperceptible que te recorre y que se va. Como un suspiro sin aire y una nausea sin dolor. Como un llanto sin lágrimas. Tan solo un instante resumido en tan poco tiempo que ya no tiene valor alguno.

¿Cómo se llamaba? No lo sé. ¿Cómo saberlo? Si creo que ni pasó. “¿En verdad alguna vez estuvimos juntos?” me susurra alguien en mi mente ¿Quién me lo pregunta? ¿Quién me lo dijo? Pienso y pienso y no lo recuerdo. Escruto su voz, escudriño su imagen. Su cabello, su olor, su mirada, sus manos. Siento como un llanto, pero no me sale nada de los ojos. Un líquido me fluye por la nariz. Es un líquido rojo. Es sangre, mucha sangre.

Nota 1: Les dejo una canción...obviamente es Everybody´s Gotta Learn Sometimes de Beck de la película "Eterno Resplandor de una mente sin recuerdos".

Nota 2: Otro día les doy la dirección en Lima de la sucursal de Lacuna Inc. ;)

Nota 3: ¿Por qué volví? Porque no puedo dejar de escribir.