lunes, mayo 28, 2007

¿Amar?



El desear y el querer. ¿Qué es lo que ocurre primero? ¿Será que todo lo que deseo luego lo quiero? ¿El querer y desear crean el amor? Soy un ignorante sin respuestas. Ya no intento reconocer pues no se si amo, quiero o deseo. No identifico cuál es una ilusión y cuál una obsesión. No se cuando es una proeza de amor y cuando es un ridículo imperdonable.


La ilusión es el estar enamorado de estar enamorado. Es amar en tiempos de incertidumbre. Una predilección tierna de instantes. Un amor de ciegos a simple vista. Es la fascinación romántica de sensaciones y no de sentimientos.


El desear es la atracción animal y erotizada por fornicar. Es esa masturbación diaria que no te deja en paz. Es la excitación que se desenvuelve de tu cuerpo a su cuerpo. Es un instinto primitivo de anhelarla. Un capricho por ser amado u odiado.


La obsesión es la escena repetida de la película de tu existencia. Cuando una llamada son mil. Cuando apareces y debiste desaparecer. Es el ridículo no reconocido. Es cuando quieres sin saber que quieres. Es obcecación e ilusión enfermiza y placentera.


El amar es… simplemente es. Es cuando uno hace y no hace, cuando dice y no dice. Cuando mira y no mira. Ósea no se que mierda es el amor. Imposible saberlo y describirlo. No soy quien para decirlo. Soy quien se ilusiona, apasiona y obsesiona. Soy el que fuma solo en la calle. Quien abraza a su almohada en las noches. El que siempre llora encerrado.


La tarea del día: Tener sexo con alguien y saber si le hiciste el amor o te la cogiste con ganas…

miércoles, mayo 23, 2007

El “no sé” de una mujer

Estaba en una esquina del patio en medio de una jauría de cachorritos imberbes. Todos querían ver sangre en esa tarde de plomos. Yo era la carroña de estos pequeños chacales sin conciencia. Yo delgado, como comadreja desnutrida, me pare en medio de la ronda de insultos y puyas. Creo que es momento de tener novia. Les dije con total normalidad. Como si fuera solo un mero trámite. Como canjear el carné escolar o recoger la libreta.

Hice un rápido vistazo en busca de mi presa y ubique a aquella niña que nunca me sacaba la mirada de encima. Ojos profundos y verdes y un bronceado permanente que no necesitaba veranos. Ella era “La Gata”. Una niña, más mujer que yo, que había repetido dos años y que me llevaba dos cabezas.

Yo era un renombrado policía escolar (los profesores querían aplicar conmigo la psicología inversa al darme tamaña responsabilidad). Cuidaba la reja que hacia colindar el patio de los chicos con el de las chicas. Estaba en un colegio muy católico mixto que quería a los niños juntos pero no revueltos. Yo era un guachimán del sexo adolescente y de los pocos privilegiados para tener acceso a las niñas. La Gata, una loba en estos menesteres, decidió seducir al celador de esta cárcel escolar. Ósea yo.

Que una chica se interese por mi era suficiente para creer que estaba enamorada. Corrí hacia ella en medio del patio, pase por la reja usando mis influencias policiales y le di un disparo con silenciador. ¿Quieres estar conmigo? (La mejor frase que algún enamorado pudo crear. Sin rodeos, ni romance, sin explicaciones ni redundancias. Sin lugar a titubeos) No sé. Susurró ella. ¿No sé? ¿Qué quiere decir no sé? La respuesta debía ser “sí” o “no”, no “no sé”. ¿Lo vas a pensar?, le dije en medio de mi desesperación. Sí, en dos noches te respondo, dijo ella con total serenidad.

Allí en medio de ese patio multijuegos, donde se practica voley, básquet y fútbol, todo a la vez y en superposición, aprendí lo que es la ambigüedad del amor femenino. Aprendí que un no podía ser sí, y un sí un delirante no. Que la duda era un arma para enamorar y el querer lo que no tienes un profundo deseo de amar. Parado en la media luna del área de penal, entendí que para mis amigos era un héroe y para las niñas un romántico. Solo una gran pelota de básquet en mi rostro hizo desmayar el gran momento de descubrimiento.

“No sé”. Esa frase es la frase de mi vida. Son las palabras que me subyugan cuando quiero amar. La incertidumbre de no tener una repuesta concreta. El deseo de querer algo que está fuera de mi alcance, Un amor frustrado, una pasión sin encuentro. Una masturbación emocional. Una luna de miel en mi mano. Un llanto ahogado en la ducha. La desesperación de no encontrar respuesta en una llamada. No sé, eso es lo único que sé, me dijo ella la última vez.

domingo, mayo 20, 2007

Déjate caer


Siento vértigo. Quiero caer al fondo. Ese fondo de penumbra, soledad y oscuridad ¿Qué diferencia hay entre la profundidad y la superficialidad? Lo superficial es ligero y leve. Es el escenario de tu personaje. Con las palabras hechas y los pasos marcados.


¿Para que vivir en esa levedad?, hay que renunciar a tus creencias, a tu ideología, a tus sueños. Ser un honesto hipócrita, un ganador de miserias. Mejor la profundidad, la oscuridad, la racionalidad. La razón.


Vivo sintiendo vértigo. No ese vértigo emparentado con el miedo de caer. Sino el real miedo de desear arrojarse, tal como lo describe Kundera. Ese deseo innato de caer. De fracasar, sufrir y no morir.


Siento dolor, ese que nace en el alma. Ese dolor que en el cuerpo va del estomago y se incrusta en la garganta. Ese que entumece los labios y moja los ojos. Te asfixia y te siega pero aún respiras y aún observas. Ese peso que te hace arrodillarte. Ese recuerdo que no te permite olvidar.


Al borde de un abismo, una grieta se acuesta sobre ti. Tú caminas al filo y das paso sobre paso. A veces te seduce pisar la profundidad. Miras el fondo y ya no tienes miedo. Te atrae y te llama. Balanceas tu cuerpo de atrás para adelante. Tus manos te dan el equilibrio y no terminas de caer. Vas y vienes. Equilibrio. Desamárrate los pies y deja que el cielo venga sobre ti. Solo déjate caer.

miércoles, mayo 16, 2007

La puta

“Hola bebe”. Una puta siempre saluda camino a la oficina. Un cuerpo aguado y sobreexplotado. Unos mofles escondido por su ropa negra. Unos senos destrozados por manos ajenas y unas piernas cansadas de las eternas esperas en la misma esquina. Su cara está descuartizada por el rubor, el rimel y el lápiz labial de payaso. Sus dientes son amarillos por los cigarros que ya no la hacen interesante. Los labios son flácidos por los miles de felatíos. Sus ojos reflejan una lujuria desgastada.
Una puta de recorrido extremo, tarifas bajas y de calles pestilentes. Ya no es una golfa por dinero y aún menos por placer. Es una costumbre, una forma de vida enmarcada en los desconocidos conocidos. Sus fieles clientes que pasan siempre a la misma hora, en el mismo instante, con las ganas de ser abrazados y con intensión de pagar por cariño.
Para ella ya dejo de ser un trabajo o un método de hacer dinero. Sino una insana realidad. Una sana vanidad de ser deseada. Un amor fingido que solo se da cuando es pagado. Un cariño profesado que además es abonado en una cuota al final del acto.
Una habitación oscura con un tono rojo erótico, otorgado por el único foco que cuelga del techo. Las luces del televisor cambian la tonalidad del cuarto. Una porno en la pantalla le da el ambiente sórdido al encuentro. Los gemidos resuenan en las descascaradas paredes antes de que haya sexo en la habitación. Un catre de hierro en medio domina la escena. Suena y resuena a penas lo tocas. Preciso para el sonido del sexo.
Las piernas abiertas, los brazos apretando. La oscuridad como cómplice de su fealdad. Los gemidos de película aún cuando ni siquiera es tocada. Los halagos de tu grandeza aunque no lo haya visto.
El dinero no importa. El sexo tampoco. El amor solo es un recuerdo. El cariño una retribución ajena a ella. Una conversación con voz cansada de gemir. Una mirada que quiere hablar. Esta vez las gotas no fueron semen sino llanto. “Gracias bebe por escuchar”. A veces llorar es mejor que el sexo.

El cuarto

Hoy estuve hablando con una de mis paredes. La más incondicional de todas. La del lado de mi cama. La que siempre me apoya en mi llanto nocturno. La que me cobija en los instantes de odio. La que me abraza en el dolor. Esa pared que recibe mis manos y que permite apoyar mis pies.
La pared nunca responde, pero siempre me habla. Cada pared es testigo inerte de mi vida. Unas protegen y otras aplastan. El techo siempre es el vigilante de mis sueños y el piso el sostén de mis desgracias.
Siempre camino ocho pasos de mi cama al baño y cinco de la cocina al comedor. La ventana es la fuga de mi mirada. Y las cortinas el parpadeo de mis días.
El espejo es el crítico de mi vanidad y testigo de mis sueños. Refleja lo que le complace y no lo que yo deseo. Siempre me imita y siempre me extraña.
A veces puedo oler la vergüenza que despide el baño. Un hedor sin razón. Un olor de egoísmo.
Siempre veo pasar muchas miradas por mi puerta. Unas ni se fijan, otras se detiene, algunas, y solo algunas, me observan. Los platos siempre se escabullen por debajo de la puerta y las voces se dejan escuchar por el agujero de la cerradura. La entrada es el represor de mis ambiciones. La oscuridad la apertura de mis sueños.
No tengo brazos y mis sueños son muy largos. Esa puerta nunca se abre, las ventanas siempre se cierran, las paredes nunca me hablan, el techo siempre me protege.