miércoles, mayo 16, 2007

El cuarto

Hoy estuve hablando con una de mis paredes. La más incondicional de todas. La del lado de mi cama. La que siempre me apoya en mi llanto nocturno. La que me cobija en los instantes de odio. La que me abraza en el dolor. Esa pared que recibe mis manos y que permite apoyar mis pies.
La pared nunca responde, pero siempre me habla. Cada pared es testigo inerte de mi vida. Unas protegen y otras aplastan. El techo siempre es el vigilante de mis sueños y el piso el sostén de mis desgracias.
Siempre camino ocho pasos de mi cama al baño y cinco de la cocina al comedor. La ventana es la fuga de mi mirada. Y las cortinas el parpadeo de mis días.
El espejo es el crítico de mi vanidad y testigo de mis sueños. Refleja lo que le complace y no lo que yo deseo. Siempre me imita y siempre me extraña.
A veces puedo oler la vergüenza que despide el baño. Un hedor sin razón. Un olor de egoísmo.
Siempre veo pasar muchas miradas por mi puerta. Unas ni se fijan, otras se detiene, algunas, y solo algunas, me observan. Los platos siempre se escabullen por debajo de la puerta y las voces se dejan escuchar por el agujero de la cerradura. La entrada es el represor de mis ambiciones. La oscuridad la apertura de mis sueños.
No tengo brazos y mis sueños son muy largos. Esa puerta nunca se abre, las ventanas siempre se cierran, las paredes nunca me hablan, el techo siempre me protege.

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