jueves, julio 17, 2008

Mudanza de madriguera

Amigos y enemigos después de más de un año de escribir y escribir de todo lo que siento y no siento mi blog se muda. A partir de hoy seguiré escribiendo pero en Perú.21.
Aquí les dejo mi dirección:

http://blogs.peru21.pe/federatas

martes, julio 01, 2008

El conquistador

El no era ni muy alto, ni muy fornido, ni muy guapo, ni muy inteligente. Sin embargo, siempre lograba que todos hicieran lo que el quería. Tanto hombres como mujeres. Ellos para ser un poco como él. Ellas para ser parte de él. Se llamaba igual que yo y nos parecíamos tan poco.

Era todo lo que yo quería ser. Era guitarrista de un grupo de rock famoso, un mago de mil trucos, un conversador de cuatro idiomas, un mujeriego siempre inocente, un irresponsable con futuro, un talentoso sin esfuerzo.

Lo conocí en un hostel en Buenos Aires. Estaba en un sillón comiendo cereal. Frente a él estaba una chica inglesa tremendamente bella. Ojos azules, cabello rubio plomizo y un lunar cerca de la boca. Yo llegué y me puse a ver televisión. Él no hablaba, ella lo miraba y yo los espiaba.

¿De dónde eres?, me preguntó sin darle la más mínima bola a esa beldad que quería su atención. De Perú, ¿Sí? yo también. Era lo único que teníamos en común, junto con el nombre, y sin embargo eso fue suficiente para ser grandes amigos. La blonda niña se paró con violencia y arrojó el control remoto a su lado. Que jodidas son las gringas broder. ¿La conoces?, le pregunté. Creo que ella cree que es mi novia.

Éste sujeto con el mismo nombre que yo tenía el cabello lacio negro siempre desordenado (luego descubrí que usaba una secadora para despeinarlo). Tenía más de veinte tatuajes en todo el cuerpo y los que llamaron siempre más mi atención fueron: las letras chinas de su antebrazo, en homenaje a su ex novia y el joker en medio de la espalda, en recuerdo de su mayor vicio, las cartas. Siempre andaba con zapatillas de skater y gorros estrafalarios. A veces usaba jeans, otras buzo y en momentos de mayor exhibicionismo hasta una falda escocesa. Tenía ojos muy negros, con expresión de James Dean y unas cejas muy pobladas que ocultaban su imperceptible inseguridad.

Las noches eran su habitad y las gringas su debilidad. Ya va a comenzar con su método, me susurró el recepcionista argentino, con un poco de envidia, cuando lo vio llegar a una parrillada organizada en el hostel. ¿El método? una canción en su guitarra, un video en YouTube de un concierto multitudinario en Perú, una conversación en francés, inglés y alemán, un truco de cartas a lo David Blane y finalmente la estocada final, un truco con fuego. Nunca fallaba. Siempre terminaba con la chica más linda del instante.

Alguna vez me dijo: Soy roquero y hablo en muchos idiomas pero la magia es insustituible broder, nunca falla con las flacas. Y así en mes y medio que viví con él, llegué a contarle más de 20 chicas distintas. Todas ellas creyendo en su inocencia, pues en verdad era inocente. Todas subyugadas por su misterio, que no era otro que no tener misterios.

Él siempre se comportó como si les hiciera un favor a todas. Cómo si ellas hubieran tenido el placer de haber compartido un instante con él. Si se molestaban las mandaba volar y ellas siempre se quedaban levitando a su alrededor. Si se sentía solo, las atraía y si se sentía agobiado, las espantaba. Nunca con sentimiento de culpa y siempre con un olvido instantáneo. No había tiempo ni para la nostalgia. Tenía atrofiada la memoria a corto plazo con las mujeres, pues solo a través del tiempo las recordaba con cariño y orgullo.


Quizás por admiración o tal vez por imitación siempre me mantuve a su lado. Observaba cada uno de sus movimientos como queriendo descubrir el misterio del éxito. Siempre le prestaba ropa y le hacia la segunda en todas sus conquistas. Era quien corroboraba sus historias limeñas y quien lo sacaba de problemas ante un novio celoso. Lo respaldaba en todas sus apuestas en el casino y hasta le presté mi cama para que tuviera sexo con una australiana. Él a cambió me dio su lealtad.

Una vez tomando unas cervezas me dijo ¿Te acuerdas de la inglesa, Julia? ¿La del día que te conocí? Si, me casé con ella. La amé tanto que me casé ¿Y que vas a hacer? No se, ya se fue a Inglaterra. No se que haré, seguro no la vea más. Lo dijo con desconsuelo, pero con sosiego, con abatimiento pero sin desesperación. Satisfecho de haber amado al menos.

De todas las cosas que él podía ser, esto último era lo que más admiraba. Su capacidad de amar y olvidar. De creer que cada una de las mujeres que pasaban por sus labios era la persona de su vida en ese instante. Esa capacidad de regodearse en el amor instantáneo, efímero y pasajero, y sin embargo, seguir creyendo en el amor de su vida. Llegué a creer que a todas amó pero con ninguna tuvo una decepción. Que a todas quiso pero que a ninguna extraño. Nunca supe si era feliz.

Una escena de Casi Famosos para cerrar: