domingo, junio 10, 2007

Sin novia

Sabía que nunca lograría tener novia. Era un palillo de dientes. Delgado y largo muy largo. Pálido color madera pulida. Y una nariz puntiaguda y filuda. A mis 15 años había logrado alcanzar el metro ochenta pero lamentablemente mi peso se estancó en los 60 kilos. Huesos, huesos nada más que huesos unidos con muy poca piel.

Sentía que en mi rostro todo era grande menos mi cara. Una frente para jugar frontón. Unas orejas con unos pallares que parecían aretes. Unos dientes delanteros de roedor que decidieron sobresalir sobre mi boca sin labios. Y finalmente, mí ya comentada y aguileña nariz. Deje de ser un gringuito adorable, para ser un torpe blancón.

Siempre andaba a en la búsqueda de una protagonista de mis sueños. Maria José, una delgada y fina niña, fue la elegida. Tímida y de voz débil y aguda era la refinación hecha adolescente. Ella me odiaba. Me tenía repulsión. Cada vez que me acercaba a ella fruncía la nariz como si yo despidiera un hedor a perdedor. Ella sesgaba sus finas cejas ante cada intento mío de acercamiento.

Nunca le hable. Nunca la escuche dirigirme la palabra. Nunca ni siquiera la toque. Durante cuatro años la hice la actriz principal de la película de mi adolescente vida. Siempre soñaba que tras una casualidad inmensa terminábamos estudiando juntos y descubría en mí a ese curioso niño, de dilucidaciones inteligentes y cuestionamientos impertinentes. Tras cuatro años solo logré que me odiara más y más. A los 15 años entendí que nunca tendría novia.

La posibilidad casi cósmica de que me enamorara de una niña y que ella se enamorara de mi era tan difícil como que yo lograra un gol maradoniano en las rudas canchas de cemento de mi colegio. Cómo sería posible que mi obsesión por una chica pudiera ser correspondida con la misma obcecación. Que esta protagonista de mis cursis sueños saliera de la pantalla, me despertara y decidiera que yo fuera el descubridor de su extramundo. El manipulador de sus creaciones. Imposible. Era imposible. Nunca podría encontrar a esa mujer.

No estaba mal ser un solitario. Estudiaría hasta lograr un doctorado. Leería libros para ser un profesor enterado. Iría al cine tanto que lograría ser un director autodidacta. Tomaría tanta cerveza, ron y vodka que sería un barman consumado. Un “Pichulita” Cuellar pero con pene. Un Chinaski con destino. Un David Banner sin alterego furioso. No estaba tan mal ser un lobo solitario.

En los siguientes quince años, besé, tiré, quise, amé, odié, boté, despedí y extrañé a esa protagonista de mis indescifrables poemas. Poemas leídos por miles de fantasmas que habitaban mi habitación. Un cuarto oscuro y sombrío que encontró una ventana. Y después de amar, desear, llorar, lamentar, anhelar y adorar sé que nunca más tendré una novia.

3 comentarios:

Jersson Dongo dijo...

mierda!

a seguir nomas...

Anónimo dijo...

ME QUEDO ALGO INCONCLUSO AQUI..... PUEDES CONTARNOS MAS...????

Anónimo dijo...

La conclusión parece ser... mmmmm... aún dura ese maleficio de la adolescencia. Esas inseguridades que muchos tenemos que asoman inoportunamente, incluso en nuestros momentos más optimos, como viejos fantasmas de la infancia.