martes, abril 22, 2008

No era yo, pero que bien que la pasé



Alguna vez viví en un hostel en Buenos Aires. Fue el reto más grande para mi soledad, timidez y miedo escénico. Compartí cuarto con cuatro desconocidos. Hice amistad en otro idioma. Almorcé en una mesa de 20 personas. Me hice pataza de un gringo que nunca más vi. Besé a una gringa que tampoco nunca más vi. Me banqué a un amigo hacer el amor a mi lado. Dormí de día y arrastré de noche.

Yo era otro. No era yo. Era ese. Ese no era yo. ¿Me entienden? Era un nuevo ser nacido de mis contradicciones. Me reté a mi mismo a ser quien nunca fui. Lamente muchos momentos que finalmente sabía que los iba a recordar con satisfacción. Ese era yo. El citadino, vicioso de la televisión y el play, haciendo las veces del aventurero de mil vicios.

En un día cualquiera en el hostel, estaba sentado en la recepción cuando uno de mis cómplices (otro peruano) salió por el balcón y señaló hacia arriba. Un gesto con la mano haciendo las formas de una mujer y un ademán de beso. Había una o más chicas en el comedor de la terraza.

Como ratas subiendo al barco, los tres peruanos vagos (mi tocayo, el guitarrista; Chuky, el bajista y yo que no toco ni el timbre) subimos trepando por las barandas. Colgados de las lámparas. Raudos sedientos de carne nueva.

Eran tres argentinas reconchetas (pitucas para los peruanos) Luciana, Florencia y Mariana. Todas las porteñas se llaman igual. Vestidas de forma increíble combinando lo viejo, lo nuevo y lo que estará de moda. Con peinados deshilachados y ensortijados. De colores negros pero rubios, castaños pero pelirrojos. Lápices de labio rojo como sus ropas interiores y delineadores agresivos como sus miradas lascivas.

Mi tocayo hizo un truco con fuego, Chucky desempolvo se repertorio de malabarismo y yo hice lo único que sabía hacer: hablar. Ellas eran tres porteñas, muy porteñas que habían ido a buscar a Jack. Jack es un austriaco, piloto comercial que siempre andaba con la quijada desencajada y los ojos desorbitados. Jack no se daba cuenta que era víctima de tres profesionales del lanceo. Cuando quiso decir que de Perú le gusto… Sac… sai… hua…mán, nosotros ya estábamos montados en el auto BMW de las lindas chetitas de San Isidro (Casuarinas para los cholos).

Caímos en una discoteca gigante donde solo pasaban rock. Roxy. En una pista de baile rugía Big Bang Baby de Stone Temple Pilot, mientras en la otra susurraba Love Song de The Cure. Por donde veías había una linda chica fashion postulante a modelo vestida como una rolinga (cerquillo, polo de los Stones y zapatillas Converse).

En tanto, los machos cabrios andrógenos de los gauchos estaba con camisas abiertas hasta la cintura, jeans pitillos sobreapretados y peinados mohicanos con rayitos rubios. Eran jaurías desbordadas por el deseo. Salivaban en exceso cuando hablaban con una chica. Arruinaban todos los bailes con sus bruscos movimientos incitando al roce. Balbuceaban obviedades para encontrar una tertulia con una mujer. Querían que todo fuera fácil, barato y simple.
Florencia, la menos mercenaria de las tres, era quien intentaba explicarme como funcionaban las cosas en Buenos Aires. Mira Perú acá no te podés quedar a un lado, sino te ganan tooodas. Tenés que encarar ché, sino se pudre todo. Andá, dale. Ella me sonrió y empezó a ejemplificar. Se colocó en medio del Boliche (discoteca pa los peruchos) como una carnada humana. Pronto un tiburón olió sangre, un toro vio el capote rojo y un león observó la gacela. Todos contra ella. Ella bailó media canción y pronto uno de estos zombis quiso comerle el cerebro. Perdón, besarla.

Ella lo detuvo con un dedo, volteó y me miró con esos lindos ojos azules. Se sonrió en cámara lenta como en una publicidad de Close Up y asentó la cabeza, como para que entienda de que se trataba este juego. Yo llené mis cachetes de aire, levante mis cejas y encogí los hombros.

Pronto sus dos amigas habían sido devoradas por un par de vampiros, mientras mis compañeros de expedición intentaban poner en práctica las lecciones de casería humana. Yo me quedé a un lado observando el movimiento. Cigarrito en una mano, Quilmes (chela) en la otra. Un espectáculo de sexo. Qué más podía pedir. Dale Perú qué hacés acá. No entendiste nada. Dale acércate a esa. Dale, vamos.

Esas palabras me despertaron. Me sacaron del trance. Por qué tenía que acercarme a esa chica. ¿Por qué ella lo decía’¿Tenía que probarle algo?¿Tenía que probarme algo. No gracias, estoy bien. Yo escojo a quien beso.

Jodete. Me jodo. Tengo mi Quilmes, mis cigarros no se acaban y ni que decir de la vista y la música. Ella se fue, regresó, se fue y regresó. Pronto estaba conmigo sentada con una Quilmes y un cigarro. Pronto ella estaba con su cabeza sobre mi hombro y su mano sobre la mía. ¿Así que tú escogés a quién besás?. Ya te diste cuenta.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

entonces la moraleja de la historia era... ke no le hable a nadie almenos ke kiera ser deborada?? o ke me debroe akien yo kiera??... o que mejor tome quilems y fume harto pucho??? o ke el color rojoen mis labios puede ser buena idea... OK LELVARE MIS CONVERSE JAJAJA ya falta pokito pa irmee soy felizz!!

Esteban Ramon dijo...

Falto ms actitud depredadora hombre, aunque supongo que la eleccion al ultimo fue mejor que el hecho de ligar con cualquiera. La gaucha debió ser el coctel exquisito de una milonga argentina.

Jime dijo...

Soy argentina y me encantó tu relato.

Jime dijo...

Soy argentina y me encantó tu relato! Genial!