martes, julio 03, 2007

Nunca será el último beso

¿Un beso debe significar algo? Aquel encuentro tan cercano que provoca una intimidad instantánea. Ese intercambio de aliento, saliva, angustias, ansias, pasión, virus, temor, deseo, enfermedades, confianza y a veces amor, ¿Debe ser un reflejo de amor o de un simple y descarnado síntoma de excitación?

Nunca el primer beso es el mejor pero siempre el más recordado. La intrincada operación de saber que tu beso será recibido siempre es una angustia, que solo a veces tiene un ensalivado y placido final.

¿Cuánto besos haz dado con amor? ¿Cuántos besos has dado sin alcohol? ¿Cuántos besos rememoras? ¿Qué besos no quieres recordar? ¿Hay personas que besaste y ni siquiera recuerdas su nombre?

Yo estaba en un pasadizo oscuro en una cola de uno para el baño. Miraba con detenimiento la boca de ese ser angustiado del cuadro “El Grito” de Munch, sin darme cuenta quien estaba en la habitación de al lado. Aunque solo fui al baño sabiendo que ella estaba en el cuarto.

Era incapaz de ingresar a su habitación, así que opte por orinar mis miedos. Me moje el cabello, me mire al espejo y ví quien era. Un chico con pocos besos (casi ninguno técnicamente). Nunca iría a su cuarto.

Cuando salí estaba ella también estaba esperando el baño. Yo saque esa encantadora risa forzada que tengo y la intente dejar pasar. Me hice más delgado que nunca y me empine hasta estar en puntas de pies, como una bailarina de ballet, con tal de ni siquiera rozarla. Mi cuerpo entraba en dos centímetros cuadrados, mientras ella intentaba ocupar el máximo espacio posible.

Yo perdí el equilibrio y me apoye en sus hombros. Ella deslizo su mano derecha hasta llegar a mi cintura mientras la otra tomó mi mano en su hombro. Estábamos bailando un vals de un segundo. En ese instante ella me miró a los ojos, soltó una sonrisa e hizo un minimovimiento con la ceja hacia arriba.

Su mano en mi cintura se deslizó de milímetro en milímetro, mientras yo busque su otra extremidad para entrelazar sus dedos. Era una danza mínima, pequeña, casi imperceptible. Ella acercó su rostro como para decirme un secreto y yo incliné mi cabeza para escucharla.

Olía a vainilla y su cabello era tan lacio que mi rostro se deslizó hasta su cuello. La piel de su mejilla era muy suave y su aliento era de cerveza, cigarro y rouge. Mi boca fue de su oreja, a su mejilla, a su boca. Un microsegundo de inmovilidad y luego esperé el primer movimiento. Nunca supe quien beso a quien.

Ese beso lo recuerdo, lo deseo y lo quiero. Casi todos mis besos han sido solo un espasmo de carne contra carne, aunque casi siempre he querido vivir ese instante de amor inconmensurable resumido en una caricia de labios y lengua.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay momentos que duran para siempre, y durán también en cualquier lugar y dimensión.

Los besos son más o menos así, incluso el propio efecto centrífugo de los labios demuestra su vocación de eternidad.